
Habíamos parado a tomar aire. Entre chorizo, pan y agua respirábamos. Mientras tanto el camino seguía con su vida, sudor, pensamientos, esperanza. A lo lejos aparece un hombre arrastrando un carro con toda su vida a cuestas. El hombre de unos setenta años, flaco, como todos los que llevan 200km andando a sus espaldas desde Roncesvalles. Su barba blanca, sus mejillas hundidas dejaban ver que bajo esa gorra había mucho esfuerzo. Lo que me llamó la atención no era su figura, sino su ritmo. Andaba, paraba, levantaba la mirada, suspiraba y continuaba tirando de su carro. Se paró al lado de nosotros y con una sonrisa nos regalo un buenos días. Así se perdió en nuestro horizonte.
Los ciclistas que hacemos el Camino De Santiago solo podemos disfrutar de los «andarines» en los albergues o en breves ratos, así que cuando llegué a la altura del hombre que tiraba del carro, me bajé de la bici y charlé un rato con él.
El hombre me contaba que era argentino, que actualmente vivía en Roma. Por fé estaba realizando el Camino de Santiago y que estaba muy enfermo del corazón. Me sorprendieron mucho sus palabras porque tiraba de una especie de carro de la compra grande cargado hasta las cartolas. Entonces, ¿Cómo había sido capaz de llegar hasta casi Burgos desde Roncesvalles? ¿Cómo llegaría hasta Santiago? Por la tenacidad.
El hombre me contó que tenía un sistema, contaba veinticuatro pasos y paraba a respirar, y ese método le llevaría hasta Santiago. Sabe que va a llegar, que le va a costar, pero todo ello sería un premio a su tenacidad porque él tenía el método y la fe, el tiempo y su tenacidad le llevarán hasta su destino.